Ciudad Catástrofe
Todos salieron a caminar y nadie ha venido a verte. La incertidumbre del humo fantasmal excitante, exhalación de hidróxido de carbono. Intoxica dos almas y las convierte en cuatro, casi con ternura. Pero el humo no viene a ser fantasma, ya no caminan las almas en edén. Ni se intoxican, ni las excita ningún gas hemotóxico. El piso da origen al homicidio, pavimentado por polvo de lujuria. Ya nadie sale a caminar. Aun así, nadie ha venido a verte.
Toman la gran vía del puente, asfalto que cubre el rostro. Maquinas corrosivas desnivelan la superficie y las dirige a ninguna parte. Como insectos en alerta, pero: ni la mosca, cucaracha, escarabajo, luciérnaga y langosta, parecen no sentir lástima por la inmóviles humana, que luce impaciente en su vehículo desfigurado, del accidente que produjo ruido semejante a un parto.
¿Y qué ocasiono inapelable estruendo?
Fue la disposición del tiempo, que algunos intentan poseer sin acertijos.
El instinto de ser primero, de ver a todos como enemigos. O tal vez, fue lo inoportuno. Un secuestro sin rescate carente de victoria.
Y todos salen a caminar, se alejan de la maquina con destreza, casi volviendo a ser humano. Y el ritmo se repite como nerviosismo cardíaco:
La desesperación por escapar de alguien. Todos huyen del más temible animal de presa: El tiempo.
Convertirse en desidia, la calamidad, beber el flujo y atorarse. Embotellarse, casi gritando por auxilio, la violencia es sedentaria. Se observa con exactitud la sombra que avanza lenta, y se desplaza al margen de los que se fueron, de quienes no esperan la muerte.
Y nadie ha venido a verte.
Ni siquiera el policía de tránsito, ni la ciudad, ni el cielo, ni siquiera tu madre. Todos tomaron sus pertenencias y se fueron a vagar. Una procesión erguida, peregrina y mortal.
La Catástrofe.
Todos salieron a caminar y nadie ha venido a verte. La incertidumbre del humo fantasmal excitante, exhalación de hidróxido de carbono. Intoxica dos almas y las convierte en cuatro, casi con ternura. Pero el humo no viene a ser fantasma, ya no caminan las almas en edén. Ni se intoxican, ni las excita ningún gas hemotóxico. El piso da origen al homicidio, pavimentado por polvo de lujuria. Ya nadie sale a caminar. Aun así, nadie ha venido a verte.
Toman la gran vía del puente, asfalto que cubre el rostro. Maquinas corrosivas desnivelan la superficie y las dirige a ninguna parte. Como insectos en alerta, pero: ni la mosca, cucaracha, escarabajo, luciérnaga y langosta, parecen no sentir lástima por la inmóviles humana, que luce impaciente en su vehículo desfigurado, del accidente que produjo ruido semejante a un parto.
¿Y qué ocasiono inapelable estruendo?
Fue la disposición del tiempo, que algunos intentan poseer sin acertijos.
El instinto de ser primero, de ver a todos como enemigos. O tal vez, fue lo inoportuno. Un secuestro sin rescate carente de victoria.
Y todos salen a caminar, se alejan de la maquina con destreza, casi volviendo a ser humano. Y el ritmo se repite como nerviosismo cardíaco:
La desesperación por escapar de alguien. Todos huyen del más temible animal de presa: El tiempo.
Convertirse en desidia, la calamidad, beber el flujo y atorarse. Embotellarse, casi gritando por auxilio, la violencia es sedentaria. Se observa con exactitud la sombra que avanza lenta, y se desplaza al margen de los que se fueron, de quienes no esperan la muerte.
Y nadie ha venido a verte.
Ni siquiera el policía de tránsito, ni la ciudad, ni el cielo, ni siquiera tu madre. Todos tomaron sus pertenencias y se fueron a vagar. Una procesión erguida, peregrina y mortal.
La Catástrofe.
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